jueves, 31 de marzo de 2016

Divagaciones



Transeúnte sin nombre, esa sensación de triunfo cuando cruzas en rojo
dejando al resto clavados en la acera, ¿No se asemeja a la gloria que siente
un héroe de los de verdad pero ajustado a otra medida y quizás, porque el héroe
verdadero también termina comprendiendo, demasiado fugaz para llevarla a casa, 
pudiendo asimismo haber sido letal?
Transeúnte sin nombre, divagues o no, oíste a aquel hombre declamando
a gritos en la calle y eso siempre avergüenza, por lo que pusiste más atención
a sus palabras, que decían: ”Decidme si no es verdad acaso lo del wifi, fallando 
cada vez más, y los gps, volviéndose completamente locos y llevándote a una favela 
de la muerte o haciendo caer a los aviones sobre pistas forestales y os digo yo 
que la causa no es otra que las tormentas solares gigantescas que están 
achicharrando y están jodiendo a los satélites y todos los gobiernos, aunque no 
lo mencionen, ya han sido suficientemente informados, y tienen miedo, mucho miedo, 
porque esto va a mayores y porque demasiadas veces se ha pronunciado la palabra: CAOS.” 
A ti también te baila esa palabra en la cabeza, la masticas de vuelta al trabajo, 
te la confirma un feroz juego infantil que apenas te roza el brazo. 
Te la llevas a casa colgando del labio, y con ella besas a tu mujer, o a tu gato. 
Todavía la vislumbras cuando, comiéndote una naranja como hace mil años, 
miras fijamente a los políticos gesticular en el  telediario.
Debe llegar la hora más oscura, debe llegar la hora más silenciosa, 
para que el motor del frigorífico, el errante deambular de pies descalzos,
la oración lejana de los vikingos que cierra el bar, los metódicos excrementos 
del vecino pasando veloces junto a tu oreja, la respiración cercana y necesaria
y tu propio corazón chapoteando con falso disimulo, para que por fin 
se desprenda la palabra, esa palabra que te acompañó durante unas horas 
porque alguien la dejó salir de su boca,
y te pareció que sonaba distinta saliendo de esa otra boca, 
y te la llevaste prendida como un pájaro de otro mundo, y sin embargo, 
un mundo que te resultaba familiar, como cuando te sorprendes 
maravillado, culpable, redescubriendote el pié, reencontrandote los ojos 
con todo lo vivido, reconciliandote con tu nombre, que repites
y repites en la hora más oscura, en la hora más silenciosa,
hasta que deja de significar algo.



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