jueves, 28 de junio de 2012

siete síntomas de una entrañable patología


                                                                



                                                                         Uno





Que fácil me estoy gastando mientras te quiero.
Que sencillo ese desaparecer, la descomposición lenta del ser.
Te daré un ejemplo cotidiano de lo que me sucede:
te envío un mensaje de móvil y automáticamente pierdo una mano.
Dejo la mano dentro del bolsillo, aferrada al teléfono que desde ahora mismo es el centro
de todas las cosas que dan forma al tiempo.

La mano comienza pronto a inquietarse: como un pequeño animal atrapado en un saco;
Gira, patalea, trepa sobre sí misma, se enrosca, ¡muerde!. Una de sus patas (importantísimo nervio central directamente conectado  a una incierta y escurridiza región que los teólogos vienen a llamar alma, los anatomistas aproximan recubriéndolo  de pericardio y los agnósticos con estudios gustan de llamar libido) no deja un solo instante de palpar el mágico invento.

Espero. Espero. Espero… manco. Zurdo a la fuerza. Espero. Espero. Espero…

Espero ese microseismo con epicentro en mi bolsillo derecho del pantalón  mientras reconstruyo tu existencia con todos los gestos que caben en un segundo; te  invento un olvido de filos oxidados, te concedo un vaivén de duda que hace zozobrar mi estómago, aprieto el ceño de concentración y desde la distancia incorruptible te arrojo, con desesperada telepatía, palabras que tú deberás hacer brotar con la danza frenética de tu pulgar y devolvérmelas  llenas de erratas, en un orden criminal, únicas en su desequilibrio, mortalmente ajenas. Y así yo, tras haber vivido un fragmento de angustia, aislado del entorno inmediato, ausente de la vida que censa los relojes, pueda entregarme a la nutritiva tarea de idear la forma de hacerte sufrir.

                                  


                                                                           Dos


  Y la carne fue sustituyendo a la sílaba. Cuando las bocas se secaron y las manos se humedecieron buscando refugio en los rincones donde aprende el deseo. Y los cuerpos se sustituyeron embriagados de vuelos paralelos y amaneceres superpuestos.
 La ciudad acoge en su periferia a los amantes sin dormitorio. Campo de algodón y látex sobre el que se desangra la obstinación del sueño herido como un toro asesinado a taconazos. Cuantos abrazos investigando y que cacería de corazones persiguiéndose por debajo de la piel, por encima de la carne, temerosos de luz y de personas. Con el lecho a cuestas, paseando la intimidad de la alcoba por las calles amanecidas de carpinteros zurdos y panaderos tramposos. Odiando la rectitud nítida del día. Despeinados y ciegos. Maduros en la equivocación divina de los besos extendidos desde si mismos. Nadie sabe que llevo guardado en mi mano el olor de tu vagina. Nadie sabe de mi tristeza en la mañana blindada y escocida por la orina de los obreros. Nadie sabe que te amo con dolorosa fijeza ni que soy un vagabundo que quiere robarte los ojos. Transeúnte silencioso, cuantos zapatos rotos hasta toparme con tu frente en donde se precipitaron todas y cada una de mis edades lógicas. Yo solo quiero sumergirte en la oscuridad un momento y recuperarte en mi conciencia como quien salva un recuerdo tirando de un hilo azul. 
                                                                     
                                                                    
                                                                      Tres


Anoche encontré por casualidad un pelo tuyo enredado en mis ingles.
Lo apresé con la punta de los dedos y lo liberé cual largo era,
Sintiendo que me descosía tirando suavemente del fino hilo.
Lo levante ante mis ojos, cogido por un extremo y le di vuelo de cometa,
Le arranque destellos rojizos con el pequeño sol de la mesa.
Comprobé su elasticidad gimiente, su peso mínimo espirado en el aire,
Su condición huérfana de segmento desligado, inútil, extraño en su unidad.
Mi nariz es demasiado burda para captar su milésima de olor coagulado.
Mis yemas solo consigue chirridos de microscópico violín.
Solo mi cara lo acoge en una ceremonia de cosquillas.
Lo determina infinito, humedezco su afilado contorno,
Hilo dental de nácar, filamento de tu ser que no distinguí en tu cabeza.
Invisible arañazo arrancado a la noche con el que mido distancias tristes.
Lo anudo en los dedos enrojecidos, finísimo, como ardid de araña,
Como trayectoria desesperada de átomo herido.
Maltrecho ya de manos y saliva lo deposito en la almohada,
Como un jeroglífico de tus ojos, meticuloso rastro de vida. Una cuerda irrompible.
Y duermo junto a esa mínima parte de ti que ya no es tuya.


                                                                   Cuatro


    Si tuviera destreza en las manos, mi vida, si fuera capaz de gestar nuevas formas sólidas y depositarlas sobre tus manos juntas y ahuecadas mientras me miras asombrada, iría de aquí para allá, en estas mismas horas, recolectando esas pequeñas formas que la gente arroja a la calle creyéndola basura y, amistando unas y otras con mucho cuidado, escuchando atentamente la intención de cada materia, lograría construir para ti un pequeño milagro de poco peso, tan festivo, multiforme y hermoso que jamás te cansarías de verlo.

                                                          
                                                                            Cinco


Cuando despierto desangrado de sueños,
moribundo, como de un largo destierro
en un país extraño en donde la luz es escasa
y sus habitantes se escabullen en calles heladas,
y ya es pleno día y he dormido a tu lado.
Abro entonces los ojos hinchados, apenas una rendija,
y muy quieto dejo que la vida desagüe lentamente,
que penetre en mí dándome un nombre y una edad,
un itinerario veloz, una pequeña habitación contigo dentro.
Como siempre sucede, te has entregado al mundo mucho antes que yo
Y como siempre sucede te despiertas llena de apetito,
Y como si el mundo fuera un regalo que te han puesto a los pies.

En vano intentas despertar a este ser aun en construcción,
te deslizas hasta su espalda y estiras los labios hasta la nuca tibia,
y agarras sus riñones suavemente y le desanudas el pelo,
pero sus ojos entreabiertos al vacío son los de un zorro atropellado.
Te levantas, tus pies resuenan paquidérmicos hasta el baño,
oigo caer tu orina salvajemente expulsada,
imagino nítidamente el sexo apretado entre los muslos.
El mismo que me ofreciste en las horas nocturnas,
y por un instante su sabor oscuro en mi boca dañinamente exacto.
Deambulas por el cuarto lanzándome miradas de impaciencia,
y tú no sabes que yo ya estoy despierto con una culpa tras los párpados.
Solo transcurridos unos momentos, podré al fin romper las ataduras invisibles,
e intentar abarcarte con los brazos y parecer un hombre sereno que ha descansado.
Que siente un apetito inmenso por todas las cosas que existen de nuevo.



                                                                         Seis



¿En qué preciso instante aprendió a no inmutarse con tu oratoria,
Ensordeció ante tus gráficos cardiacos, febril e infantilmente esquematizados?
− Doloroso misterio que no pudiste o no quisiste resolver −
Insististe, pues, con nuevos tonos y gesticulaciones;
Cercenaste artificios, esparciste términos sencillos como semillas,
Para fijar en su pupila complejas pasiones, inquietantes obsesiones.
 Brujo insomne en su sala de operaciones: en qué momento tu piel
adquirió transparencia, tu cerebro fue una fruta que ella masticaba
al saberte hechizado?
Sucumbiste al efímero privilegio de ser su pecado doméstico,
a la enfermedad sin tregua que anida en todo aire, alimento y bebida.
Una vez más enloquecías por la sangre ajena y alquilabas toda tu razón
a un espantoso juego con tu vida por tablero y la eternidad por tiempo.
Entonces…cuando fue que ya no solo su sangre, ni su cuerpo durmiente,
ni su estratégica sabiduría de mujer joven e infiel, ni su infancia aguijoneada,
ni su milagrosa entrega nocturna…? sino también ya todas sus huellas dactilares,
Todos los pasos de su itinerario vital hasta ti, su credo, su lucha, su confusión,
su ahora aquí de pacíficos ojos circulares, la gatuna elasticidad de su alma para esquivar…
Su futuro. Por el que querías rodar abrazado a ella como por una pendiente sin fondo.


                                                                          Siete


Yo, que no hice sino trepar por cuerpos cálidamente hostiles,
carne sobre carne, involuntaria carne arrancada del nombre y conciencia primera, yo,
como quien repele el ahogo custodiando peceras,
cruzando charcos cardinales con mangas y zapatos húmedos,
era incapaz de comprender ciertos días en los que se hacía triste ir de putas,
era incapaz de unirme al culto a un órgano infantilmente simplificado,
que repugna en su feroz constancia de nocturno régimen carcelario.
Hoy los floristas palidecían junto al rojo y el verde,
y un olor dulzón zumbaba por un aire de discursos saliendo de ventanas.
Aquellos más dotados para rastrear la estética de la dramatúrgica,
sitiaban afanosos las atmósferas más bellas de la ciudad y,
en interminables colas, esperaban su turno para ocupar el banco frente al lago.
Hoy he visto los rostros más tristemente pensativos,
muchachas inventándose cenas,
camareros alineando tenedores,
y los que se masturbaban aplicaron una pudorosa aritmética,
acuñando rostros y rencores en peligrosas perspectivas,
bajo silencios escrupulosamente cronometrados.
Hoy me han herido parejas unidas por una ausencia de diamante,
Que buscaban ocultar la estructura ósea, disimular la calavera de la errónea sonrisa,
Y me he sentido enormemente feliz en mi pobreza.
Feliz en el girar egoísta de mi sangre bruta.
En mi ligero patrimonio que traslado en una tarde, de habitación a habitación desnuda.





0 comentarios:

Publicar un comentario

    Quién soy