Uno
Que fácil me
estoy gastando mientras te quiero.
Que sencillo ese
desaparecer, la descomposición lenta del ser.
Te daré un
ejemplo cotidiano de lo que me sucede:
te envío un
mensaje de móvil y automáticamente pierdo una mano.
Dejo la mano
dentro del bolsillo, aferrada al teléfono que desde ahora mismo es el centro
de todas las
cosas que dan forma al tiempo.
La
mano comienza pronto a inquietarse: como un pequeño animal atrapado en un saco;
Gira,
patalea, trepa sobre sí misma, se enrosca, ¡muerde!. Una de sus patas
(importantísimo nervio central directamente conectado a una incierta y escurridiza región que los
teólogos vienen a llamar alma, los anatomistas aproximan recubriéndolo de pericardio y los agnósticos con estudios
gustan de llamar libido) no deja un solo instante de palpar el mágico invento.
Espero.
Espero. Espero… manco. Zurdo a la fuerza. Espero. Espero. Espero…
Espero
ese microseismo con epicentro en mi bolsillo derecho del pantalón mientras reconstruyo tu existencia con todos
los gestos que caben en un segundo; te
invento un olvido de filos oxidados, te concedo un vaivén de duda que
hace zozobrar mi estómago, aprieto el ceño de concentración y desde la
distancia incorruptible te arrojo, con desesperada telepatía, palabras que tú
deberás hacer brotar con la danza frenética de tu pulgar y devolvérmelas llenas de erratas, en un orden criminal,
únicas en su desequilibrio, mortalmente ajenas. Y así yo, tras haber vivido un
fragmento de angustia, aislado del entorno inmediato, ausente de la vida que
censa los relojes, pueda entregarme a la nutritiva tarea de idear la forma de
hacerte sufrir.
Dos
Y la carne fue
sustituyendo a la sílaba. Cuando las bocas se secaron y las manos se
humedecieron buscando refugio en los rincones donde aprende el deseo. Y los
cuerpos se sustituyeron embriagados de vuelos paralelos y amaneceres
superpuestos.
La ciudad
acoge en su periferia a los amantes sin dormitorio. Campo de algodón y látex
sobre el que se desangra la obstinación del sueño herido como un toro asesinado
a taconazos. Cuantos abrazos investigando y que cacería de corazones
persiguiéndose por debajo de la piel, por encima de la carne, temerosos de luz
y de personas. Con el lecho a cuestas, paseando la intimidad de la alcoba por
las calles amanecidas de carpinteros zurdos y panaderos tramposos. Odiando la
rectitud nítida del día. Despeinados y ciegos. Maduros en la equivocación
divina de los besos extendidos desde si mismos. Nadie sabe que llevo guardado
en mi mano el olor de tu vagina. Nadie sabe de mi tristeza en la mañana blindada
y escocida por la orina de los obreros. Nadie sabe que te amo con dolorosa
fijeza ni que soy un vagabundo que quiere robarte los ojos. Transeúnte
silencioso, cuantos zapatos rotos hasta toparme con tu frente en donde se
precipitaron todas y cada una de mis edades lógicas. Yo solo quiero sumergirte
en la oscuridad un momento y recuperarte en mi conciencia como quien salva un
recuerdo tirando de un hilo azul.
Tres
Anoche
encontré por casualidad un pelo tuyo enredado en mis ingles.
Lo
apresé con la punta de los dedos y lo liberé cual largo era,
Sintiendo
que me descosía tirando suavemente del fino hilo.
Lo
levante ante mis ojos, cogido por un extremo y le di vuelo de cometa,
Le
arranque destellos rojizos con el pequeño sol de la mesa.
Comprobé
su elasticidad gimiente, su peso mínimo espirado en el aire,
Su
condición huérfana de segmento desligado, inútil, extraño en su unidad.
Mi
nariz es demasiado burda para captar su milésima de olor coagulado.
Mis
yemas solo consigue chirridos de microscópico violín.
Solo
mi cara lo acoge en una ceremonia de cosquillas.
Lo
determina infinito, humedezco su afilado contorno,
Hilo
dental de nácar, filamento de tu ser que no distinguí en tu cabeza.
Invisible
arañazo arrancado a la noche con el que mido distancias tristes.
Lo
anudo en los dedos enrojecidos, finísimo, como ardid de araña,
Como
trayectoria desesperada de átomo herido.
Maltrecho
ya de manos y saliva lo deposito en la almohada,
Como
un jeroglífico de tus ojos, meticuloso rastro de vida. Una cuerda irrompible.
Y
duermo junto a esa mínima parte de ti que ya no es tuya.
Cuatro
Si tuviera destreza en las manos, mi vida,
si fuera capaz de gestar nuevas formas sólidas y depositarlas sobre tus manos
juntas y ahuecadas mientras me miras asombrada, iría de aquí para allá, en
estas mismas horas, recolectando esas pequeñas formas que la gente arroja a la
calle creyéndola basura y, amistando unas y otras con mucho cuidado, escuchando
atentamente la intención de cada materia, lograría construir para ti un pequeño
milagro de poco peso, tan festivo, multiforme y hermoso que jamás te cansarías
de verlo.
Cinco
Cuando
despierto desangrado de sueños,
moribundo,
como de un largo destierro
en
un país extraño en donde la luz es escasa
y sus habitantes se escabullen en calles heladas,
y ya es pleno día y he dormido a tu lado.
Abro
entonces los ojos hinchados, apenas una rendija,
y muy quieto dejo que la vida desagüe lentamente,
que
penetre en mí dándome un nombre y una edad,
un
itinerario veloz, una pequeña habitación contigo dentro.
Como
siempre sucede, te has entregado al mundo mucho antes que yo
Y
como siempre sucede te despiertas llena de apetito,
Y
como si el mundo fuera un regalo que te han puesto a los pies.
En
vano intentas despertar a este ser aun en construcción,
te
deslizas hasta su espalda y estiras los labios hasta la nuca tibia,
y agarras sus riñones suavemente y le desanudas el pelo,
pero
sus ojos entreabiertos al vacío son los de un zorro atropellado.
Te
levantas, tus pies resuenan paquidérmicos hasta el baño,
oigo
caer tu orina salvajemente expulsada,
imagino
nítidamente el sexo apretado entre los muslos.
El
mismo que me ofreciste en las horas nocturnas,
y por un instante su sabor oscuro en mi boca dañinamente exacto.
Deambulas
por el cuarto lanzándome miradas de impaciencia,
y tú no sabes que yo ya estoy despierto con una culpa tras los párpados.
Solo
transcurridos unos momentos, podré al fin romper las ataduras invisibles,
e intentar abarcarte con los brazos y parecer un hombre sereno que ha descansado.
Que
siente un apetito inmenso por todas las cosas que existen de nuevo.
Seis
¿En qué preciso instante aprendió a no inmutarse
con tu oratoria,
Ensordeció ante tus gráficos cardiacos, febril e
infantilmente esquematizados?
− Doloroso misterio que no pudiste o no quisiste
resolver −
Insististe, pues, con nuevos tonos y
gesticulaciones;
Cercenaste artificios, esparciste términos
sencillos como semillas,
Para fijar en su pupila complejas pasiones,
inquietantes obsesiones.
Brujo
insomne en su sala de operaciones: en qué momento tu piel
adquirió transparencia, tu cerebro fue una fruta
que ella masticaba
al saberte hechizado?
Sucumbiste al efímero privilegio de ser su pecado
doméstico,
a la enfermedad sin tregua que anida en todo aire,
alimento y bebida.
Una vez más enloquecías por la sangre ajena y
alquilabas toda tu razón
a un espantoso juego con tu vida por tablero y la
eternidad por tiempo.
Entonces…cuando fue que ya no solo su sangre, ni
su cuerpo durmiente,
ni su estratégica sabiduría de mujer joven e
infiel, ni su infancia aguijoneada,
ni su milagrosa entrega nocturna…? sino también ya
todas sus huellas dactilares,
Todos los pasos de su itinerario vital hasta ti,
su credo, su lucha, su confusión,
su ahora aquí de pacíficos ojos circulares, la
gatuna elasticidad de su alma para esquivar…
Su futuro. Por el que querías rodar abrazado a
ella como por una pendiente sin fondo.
Siete
Yo, que no hice sino trepar por cuerpos
cálidamente hostiles,
carne sobre carne, involuntaria carne arrancada
del nombre y conciencia primera, yo,
como quien repele el ahogo custodiando peceras,
cruzando charcos cardinales con mangas y zapatos
húmedos,
era incapaz de comprender ciertos días en los que
se hacía triste ir de putas,
era incapaz de unirme al culto a un órgano
infantilmente simplificado,
que repugna en su feroz constancia de nocturno
régimen carcelario.
Hoy los floristas palidecían junto al rojo y el
verde,
y un olor dulzón zumbaba por un aire de discursos
saliendo de ventanas.
Aquellos más dotados para rastrear la estética de
la dramatúrgica,
sitiaban afanosos las atmósferas más bellas de la
ciudad y,
en interminables colas, esperaban su turno para
ocupar el banco frente al lago.
Hoy he visto los rostros más tristemente pensativos,
muchachas inventándose cenas,
camareros alineando tenedores,
y los que se masturbaban aplicaron una pudorosa
aritmética,
acuñando rostros y rencores en peligrosas perspectivas,
bajo silencios escrupulosamente cronometrados.
Hoy me han herido parejas unidas por una ausencia
de diamante,
Que buscaban ocultar la estructura ósea, disimular
la calavera de la errónea sonrisa,
Y me he sentido enormemente feliz en mi pobreza.
Feliz en el girar egoísta de mi sangre bruta.
En mi ligero patrimonio que traslado en una tarde,
de habitación a habitación desnuda.
0 comentarios:
Publicar un comentario